Zambullida en la Competencia Latinoamericana
de Cortos (Parte I)

Por Esmeralda Reynoth desde Argentina | Cobertura Colaborativa

La máquina, la mano, la mujer y los derechos

VITTORIA (2019) de Ricardo Alves Jr. [Brasil]

Si uno busca las relaciones entre cine y fábrica, es tan fácil como pensar en La Sortie de l’usine Lumière à Lyon (1895) de los hermanos Lumière, Le chant de Styrène (1958),  y más acá, en Obreras saliendo de la fábrica (2005) de Jose Luis Torres Leiva, una cita directa a la antes mencionada. Así aparece Vittória de Alves, un cortometraje de apenas catorce minutos que da cuenta que la temática no se agota, que la máquina sigue encendida y que quien la enciende casi siempre es una persona. No hay más. La mano ajusta la máquina que hila la tela. La máquina estira y tensa los hilos. Los hilos se enredan porque la máquina se desajusta. ¿Qué pasa entonces si la máquina se para?

Varias secuencias construyen la línea, la cámara rodea la máquina, se guía por el hilo y observa en planos abiertos el galpón. A Vittória algo le duele. Que la máquina hiciera más fácil el trabajo no fue para que quienes trabajaran con ellas trabajaran menos. La máquina no es suave, y eso lo sabe bien Alves cuando el sonido nos tapa los oídos y nos asfixia en un «iiiii» chillante que logra producirse en nuestro interior como réplica del sonido indefinible de las máquinas. 

El relato va más lejos, pues pone en tensión la relación entre género y trabajo en un ámbito fabril. Bien sabemos que las relaciones asimétricas de poder son más que constitutivas del sistema. Por eso estas obreras se organizan y sistematizan la relación de la fábrica con sus cuerpos, en la que hoy, cuando suene la sirena, van a apagar las máquinas. 

El archivo personal es político

CORRESPONDENCIAS (2020) de Dominga Sotomayor, Carla Simón [Chile-España] 

Si hay algo que me atraviesa, es el cine epistolar. Esas cartitas mezcladas entre cine casero y profesional que logran recrear la figura de quien escribe, literalmente con su cámara.

[Dos puntos] Querida Dominga y Carla. 

Sus cartas me parecieron casas porque vi en sus voces los espacios íntimos desde donde hablan, y en sus imágenes escuché el silencio de la comunidad que las rodea y las contiene (o no). Entre los desplazamientos de continente, una cosa me llamó la atención, y es que parecía que siempre estábamos en el mismo lugar. Quizás es porque no somos tan diferentes, pero vender lo contrario le funciona al capitalismo. Su película, es gigante en eso, porque si una no supiera que la correspondencia fue enviada, no podría diferenciar quién es quién, aún cuando sus voces y sus historias son distintas. Veo en esta homogeneización una preciosidad que casi no puedo pensar en otra cosa, porque es irreverente, porque finalmente nos hace pensar que el mundo sufre, cuestiona o disfruta las mismas cosas. Las palmeras en la carta de Carla, con esa mujer de fondo, los paisajes llenos de frutales con su madre adoptiva, me estremecieron y creo que el diálogo es perfecto porque la tranquilidad que se transmite es al final la que modera al fuego y el dolor de Dominga. 

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